Muchos países, generalmente en el entorno del Ecuador y los trópicos, sufren desde hace cientos de años enfermedades endémicas, transmitidas por las picaduras de algunos insectos.
La cultura occidental, industrial y tecnológica ha sabido, desde hace más de dos siglos, enfrentar con mayor o menor éxito este problema creando productos que matan a algunos de estos insectos selectivamente y otros que los mantienen alejados de los ambientes habitados por los seres humanos.
Un repelente no mata sino que previene el acercamiento de insectos.
Las épocas de calor, sobre todo si son también húmedas, favorecen la aparición de un sin número de insectos. Muchos de ellos son transmisores de enfermedades que no solo pueden alterar la salud de los seres humanos si no acabar con su vida.
Por ello en el ámbito público de los países antes mencionados, más específicamente en el área de salud social, se establecen periódicamente campañas de erradicación de plagas, instrumentadas en el entorno de los focos de potencial epidémico.
En el ámbito doméstico normalmente un repelente, en el caso de los mosquitos, es suficiente para evitar que estos indeseables insectos se acerquen a nosotros y puedan transmitir a través de sus picaduras alguna enfermedad.
La industria química ha llegado a desarrollar productos que se han mostrado sumamente eficaces para repeler a los mosquitos. Los repelentes a base de DEET (un compuesto sumamente efectivo) son los más fiables.
Hoy en día se comercializan aparatos eléctricos con un recipiente adosado con líquido repelente en su interior y otros que calientan una pastilla que emite olor al ser sometidas a cierta temperatura.
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