Llega el verano y la humedad, y llegan los mosquitos. Una tarde de sol o una fiesta en el jardín se pueden arruinar como una tarta sin levadura. Se acabaron las épocas de tener a alguien que nos ventile con unas plumas gigantescas y de paso espante los bichos.
La modernidad entre tantas cosas nos ha traído el repelente de mosquitos, generalmente de composición química, aunque también los hay combinados con aparatos eléctricos que calientan una pastilla; al alcanzar cierta temperatura ésta lanza un olor que repele a los mosquitos.
El repelente de mosquitos no parece ser un elemento de confort, aunque cuando la tarde promete ser buena, agradable y disfrutable, no tener uno a mano puede ser el martirio de San Sebastián. Por lo que entonces, sí, pasamos a considerarlo un elemento imprescindible para nuestra tranquilidad.
Demás está decir que no solo nos aseguramos el confort con un repelente de mosquitos a mano, sino que podemos prevenir el contagio de alguna enfermedad que transmiten estos minúsculos, pero potencialmente peligrosos, insectos.
Hace no mucho las camas con mosquiteras eran el fiel testimonio de la preocupación que estos bichitos generaban entre los seres humanos.
Las películas de Hollywood sobre safaris, o expediciones al África, que intentaban transmitir lo glamoroso de lo propiamente exótico, nos mostraban a atractivas, valientes y sugestivas exploradoras durmiendo tranquilamente, protegidas por los mosquiteros vaporosos de sus camas.
Hoy en día el repelente de mosquitos reemplaza a esos tejidos protectores.
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