Tan pequeñas y tan molestas. Como tantos insectos que viven en nuestro entorno estos “sifonápteros” (etimología por “canal/tubo”-“sin alas”) las pulgas han evolucionado adaptándose a los venenos que recurrentemente usamos para combatirlas.
Se alimentan de sangre animal y su diseño y resistencia les permiten sobrevivir con éxito ya que hasta su morfología le permite desplazarse entre los pelos de sus huéspedes.
Son capaces de desplazarse dando saltos de 200 veces su tamaño, lo que las convierte en el animal más saltador en relación a su tamaño.
Las pulgas tienen un cuerpo muy duro, que debe ser el resultado de la evolución para defenderse de tanto “rascado”. La presión de nuestros dedos a veces no puede con ellas.
La diatomita o tierra de diatomea es un insecticida natural que ayuda a combatirlas. Es un mineral que se encuentra en rocas sedimentarias silíceas y la granulometría de sus partículas es el secreto del éxito de su uso contra las pulgas.
Al ingerir estas pequeñas partículas su tubo digestivo se daña provocándoles la muerte.
También el hecho de fijarse con los especiales ganchos de sus patas al lomo de sus huéspedes puede resultar en la muerte de las pulgas por deshidratación si no logran liberarse.
Son vectores de enfermedades, entre las cuales nada menos que las pestes transmitidas por los roedores como la peste bubónica y el tifus.
Sería de ilusos pretender exterminarlas ya que su habilidad para adaptarse y evolucionar a cada producto elaborado por el ser humano para combatirlas les asegura una larga vida como especie.
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